jueves, 4 de junio de 2009


La primera vez que contemplé un fantasma, tenía yo apenas 10 años, y como le vi a plena luz de la tarde de un día de verano, tuve incluso dudas de que lo fuera, pero al comentárselo a mis abuelos, los porteros de la quinta de recreo de los duques de N. (lugar encantador por cierto, construido en tiempos de Carlos III), ellos se quedaron pensativos y, mirando de soslayo, como si temieran ser espiados, me dijeron que se suponía que en la mansión y por los jardines vagaban fantasmas, que ellos nunca habían visto, pero que corría el rumor, y que si los volvía a ver me santiguase y rezara tres padrenuestros por el eterno descanso de sus almas en pena.
Mi abuela me cogió aparte y me dijo que aquellos pobres espectros debían haber muerto en pecado mortal, porque de lo contrario no vagarían eternamente, y añadió:
-Es como la Santa Compaña, hijita, pues dicen que los han visto desfilar por salas y corredores de la quinta, estrafalarios y gesticulantes, burlones y espantosos, como perdidos, dando vueltas sin saber hallar nunca el camino de salida. ¡Quién sabe cuando encontrarán la paz del Señor!
Pero yo era una niña y los niños son inconscientes, atrevidos, y se hallan dotados de una gran imaginación en la que cabe todo lo irreal y muy poca sensatez; de esta forma, para mí se convirtió en un juego maravilloso ir a la caza del fantasma por los vericuetos del versallesco parque que rodeaba la mansión de los duques de N., demasiado ricos y demasiado despreocupados de sus posesiones como para veranear cada año en aquel bello rincón del que se encargaban mis abuelos, con el refuerzo de asalariados contratados de vez en cuando en el pueblo cercano. Yo era la única niña de todos sus nietos y ellos gustaban de que los acompañase durante los estíos, “para hacer salud”, como decían a mis padres que, encantados, él lacayo del duque y ella costurera de la duquesa, se desprendían de mí, puesto que yo entonces era una criatura de frágil salud que más que satisfacciones les ocasionaba preocupación, como supe muchos años después, ya que todos temían que no pudiera pasar de la edad del desarrollo. Así que feliz y mimada transcurrían los hermosos días del verano en mi infancia. Y fue en uno de esos días espléndidos cuando tuvo lugar el encuentro con el fantasma.

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